No podía ser
por menos
que Cuéllar
fuera la sede
de las
Edades del Hombre
en el dos
mil diecisiete.
A ella iré,
pasito a paso,
por sus ladrillos
mudéjares,
por sus
murallas altivas
y su castillo
Alburquerque.
Allí veré
qué teatros
de la
historia nos ofrece
y qué toros
nos presenta
desde el
viejo siglo trece
enfrentada a
Peñafiel
por esta y
otras mercedes
de los Reyes
de Castilla,
los más
auténticos reyes.
¿Edades del
Hombre digo?
Lo repetiré
mil veces.
A Cuéllar
hemos de ir
porque es
que se lo merece
por sus
iglesias, sus calles
y el arte
sacro teniente:
vírgenes
adoloridas,
supremos
Cristos yacentes,
viejas Bulas
de Indulgencia…
y fieles,
miles de fieles.
San
Francisco, San Esteban
y la
Magdalena enfrente
nos
perdonarán la vida
en el dos
mil diecisiete.
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