Ponencia del
XL Congreso Nacional de Cronistas, celebrado en Oviedo del 26 al 28 de
septiembre de 2014
Alejandro Casona (Besullo, Asturias 1903-Madrid 1965) es un
autor injustamente preterido por los productores teatrales actuales y por eso
me voy a ocupar de su obra.
Dejaré aparte las grandes comedias (La dama del alba, La sirena varada, Nuestra Natacha, La barca sin
pescador, Siete gritos en el mar, Los árboles mueren de pie, La casa de los siete
balcones, la llave en desván y El caballero de las espuelas de oro…) muy
populares en su tiempo y después controvertidas y relegadas, y me centraré en analizar
y comentar Retablo jovial, Flor de
leyendas y La flauta del sapo
(poesía), dedicadas a la infancia y la juventud, de las que fue un sabio
maestro pedagogo como Director del Teatro
del Pueblo, fundado por el Patronato de las Misiones Pedagógicas de la Segunda República, que presidía
Bartolomé Cossío.
Casona, con Lorca y Jardiel (y quizás Valle-Inclán) forma el
triángulo equilátero de la renovación de la escena española en los años treinta
del pasado siglo, cuando brillaban las grandes actrices Margarita Xirgu y
Josefina Díaz, que acabarían marchándose al exilio americano, como él y con él,
y que le mantuvieron en sus respectivas compañías ambulantes por la América
hispana.
Lo primero que hay que afirmar rotundamente es que la lectura
y representación de su legado literario sigue atrayendo a las nuevas
generaciones como un sello imantador, por más que le haya tomado ojeriza el ala
radical de las izquierdas y las editoriales falsamente progres hayan dejado de
editarle.
Yo le debía mi particular homenaje en este Congreso,
precisamente en su tierra aborigen, que le marcó de manera indeleble, porque él
fue el Cronista de Asturias allá por
donde le llevó la ajetreada vida: Madrid, Murcia, México, Buenos Aires, Cuba,
Puerto Rico, Venezuela, Chile, Colombia, Perú… Antes, y todavía joven, había
recibido el Premio Nacional de Literatura (Flor
de Leyendas) y el Lope de Vega de teatro (Nuestra Natacha). Rivas Cherif, Manuel Azaña, Rafael Alberti y
Gregorio Marañón fueron sus máximos impulsores, y él, como hombre disciplinado
que era, y muy cercano al pueblo, se dejó querer. Lo que pagó con el exilio.
Las xanas o
divinidades acuáticas de estos montes y valles verdes se hallan esparcidas y
sobreentendidas por toda su obra lírica, en la letra y en el espíritu. Hasta
los títulos lo pregonan: Siete gritos en
el mar, La sirena varada, La dama del alba, La barca sin pescador, La casa de
los siete balcones…En todos ellos, con una especial presencia de la mujer
cotidiana asturiana, se halla la vaporosa emanación y evocación de esas bellas
figuras amorosas que peinan sus cabellos con peines de oro, preferentemente al
amanecer de la Noche de San Juan. Las xanas, diosas prodigiosas, son también
dueñas de fantásticos rebaños y custodian fabulosos tesoros para aquellos que
sean capaces de romper su encantamiento.
Encantamiento. He aquí la palabra justa que define
lo que nos produce la obra de Casona, no solo como una leyenda encadenada, sino
como una consecuencia mágica pero natural en el lector y en el espectador.
Las xanas son brujas, pero buenas y creadoras. Para él
supusieron el clímax de la inspiración, al modo romántico de las Musas del
Olimpo o el Helicón.
Casona nos enfrenta siempre entre la realidad y la fantasía, saliéndose
y apostando por los fueros de ésta última en búsqueda de la felicidad, no como evasión poética insolidaria,
sino como virtud inherente a la condición humana. Viene a pensar que “vivir es
elevarse de lo terrenal” y soñar otro mundo más limpio, cadencioso y sensual,
en el que brilla como un topacio poliédrico su desbordante imaginación.
Esa manera de ser y recrear suya tan personal la imité yo en
mis farsas infantiles, publicadas por la editorial Fundamentos, de Madrid 1981
(Doña Noche y sus amigos, El País de la
Luna Grande, Una casita roja, Cuento de Brujas o algo así…), como detectó Buero
Vallejo en el prólogo que tuvo la gentileza de regalarme: “Lo que escribiera
Casona para las Misiones Pedagógicas podría invocarse como un relativo
antecedente de la inclinación de Apuleyo, pero aún está más cerca Soto de
aquellas farsas que escribió nuestro admirable Valle-Inclán, pues muestra
innegables dotes de constructor de teatro midiendo con cuidado efectos y ritmos
en sus desarrollos argumentales, como duende, niño, poeta y maestro que es”. (Buero,
gracias)
Ahora seguimos hablando del teatro casoniano.
Desde que sale de su Asturias querida y nunca olvidada -porque
la llevaba en la sangre, en sus mitos y costumbres-, y baja a Madrid a estudiar
Magisterio, ya está pensando en los niños, en su enseñanza y educación.
Destinado a Lérida al término de la carrera, funda “El pájaro
pinto”, una especie de teatrillo escolar, con el que entretiene y adocenta a
padres y alumnos. Esa unión familiar de adulto-alumno constituye el nervio
óptico y práctico eficaz de todo su trabajo magisterial y artístico, más aún
cuando le nombran Inspector de Enseñanza, siendo muy joven, tras un título
ganado por oposiciones.
Se palpaba en el ambiente de aquellas décadas de la Belle
Epoque la necesidad de encauzar y educar a las nuevas generaciones por medio
del juego teatral, o sea, enseñar deleitando y mostrando ejemplos de conducta
social. No como una moraleja ñoña, sino como una actitud positiva ante el reto
discontinuo de la vida. Y eso es lo que hizo, como nadie, Casona. (Ya sabéis
que el apellido no responde a su fe de bautismo, sino a la casa grande de su
nacimiento en Besullo, pedanía de Cangas de Narcea, que a tanto orgullo tuvo).
Títulos ejemplares de su iniciación dramática y cómica para
niños son El lindo don Gato, ¡A Belén,
pastores!, Pinocho y Blanca Flor y El hijo de Pinocho, en la línea de un
primitivismo ingenuo evocador, rico en motivos y matices pintorescos, para
dejar al pequeño espectador con los ojos abiertos y la mente en colores. Hoy
deberían volver a representarse, por sus valores permanentes: poéticos, éticos,
sensibles, educativos, gráciles, morales, voluntariosos e imaginativos.
Ya Benavente había escrito y representado El niño que todo lo aprendió en los libros,
Valle se había inventado Cuento de
abril, La marquesa Rosalinda y La cabeza del dragón, Galdós había publicado Miau y Rafael Alberti La
pájara pinta, mientras García Lorca soñaba con Los títeres de cachiporra, La niña que riega la albahaca
(adaptación) El retablillo de don
Cristóbal y otros guiñoles y marionetas, con música de Falla al piano sobre
canciones populares de la Baja Andalucía.
Casona, inagotable en su altruismo y dedicación pedagógica,
puso en escena su Retablo jovial pueblo
a pueblo, inspirado en textos clásicos
mundiales antiguos (Sancho Panza en la
ínsula, Entremés del mancebo que casó con mujer brava o Farsa y justicia del
Corregidor), entre otros, a los que les era impresa una rebosante ironía y comicidad
que el auditorio aplaudía en montajes al aire libre, construidos con maderas
planas en las plazas sobre la marcha de la compañía universitaria de los cómicos
de siete leguas, gratis et amore.
Se trataba de comedietas del arte al estilo nuovo de la
juglaría perduradera renaciente, tan asentada en las aldeas en las que había
nacido boca a boca: Lenguaje popular para un público popular de fablas o
fablillas contadas al fuego del hogar o al fresco de la noche y en la calle, y resueltas
muchas veces en tablados de títeres y marionetas ante gentes rústicas que no
sabían ni leer ni escribir ni apenas entender. A través de la risa se exponía
una enseñanza.
Esas farsas, exemplos, patrañas, guirigays, “pasos”,
entremeses, coloquios, diálogos, fantasías, fantasmagorías o fantocherías,
inevitablemente breves en burlas y chanzas, que se cultivaron desde el origen
del español vulgar en el siglo XIII y que traspasaron los dos siglos de oro
hasta el XVIII neoclasicista, el XIX realista y romántico y el XX modernista,
fueron las que recogió, superó, decoró, abrillantó y dilató Alejandro Casona,
siguiendo el flujo creador de Juan del Encina, Lope de Rueda, Lope de Vega,
Ramón de la Cruz, Arniches, los hermanos Álvarez Quintero y tantísimos otros.
El teatro siempre fue popular decisivo y corrosivo o no fue nada más que
entretenimiento de salón de Príncipes y
Reyes ociosos con sus bellas queridas intrigantes a las que les bailaban el
agua o la enagua.
Bajemos ya al análisis de la poesía infantil de Casona,
agrupada en La flauta del sapo,
libro que compuso en sus primeros años de maestro en el Valle de Arán
(1928-1930). Ello no obsta para que
consideremos toda su producción como una montaña intensamente lírica y mítica,
aunque sin sujetarse a la métrica clásica del ritmo y la rima, como sí hace en La flauta...
Sus críticos la han minusvalorado por eso, por ser
radicalmente poética, pues parece que en la postmodernidad no se puede ser dos
o tres cosas a la vez, como en el Renacimiento y en el Romanticismo, poeta y
novelista, poeta y dramaturgo, poeta y cuentista o ensayista y pintor y músico.
Sus versos darinianos y neopopularistas entroncan también con
la Generación del 27, de la que fue un miembro relevante, aunque, como digo,
poco tenido en cuenta.
Lean no más que un par de ejemplos y convénzanse de mi
aserto:
I
La luna pesca en el charco
con sus anzuelos de plata;
el sapo canta en la yerba,
la rana sueña en el agua,
y el cuco afila la voz
y el pico contra las ramas…
Estaba la rana
con la boca abierta;
le cayó la luna
como una moneda.
II
¡Aquella pobre niña
que aún no tenía senos!
Y la niña lloraba:
-Yo quiero tener senos;
Señor, haz un milagro,
un milagro pequeño.
Pero Dios no la oía
allá arriba, tan lejos…
Y cogió dos palomas,
se las puso en el pecho…
Pero las dos palomas
levantaron el vuelo.
Y cogió dos estrellas,
se las puso en el pecho…
Las estrellas temblaron
y se apagaron luego.
Y cogió dos magnolias,
se las puso en el pecho…
Las dos magnolias blancas
deshojaron sus pétalos.
Y cogió dos panales,
se los puso en el pecho…
Y la miel y la cera
se helaron en el viento.
-¡Un milagro, Señor,
un milagro pequeño!..
Pero Dios no la oía
allá arriba, tan lejos.
……………………………….
Y un día fue el amor;
se le entró pecho adentro
¡y se sintió florida!
Le nacieron dos senos
con pico de paloma
con temblor de luceros,
como magnolias, blancos;
como panales, llenos.
¡Igual que dos milagros
pequeños!
BIBLIOGRAFÍA:
j. Rodríguez Richart, Vida y teatro de Alejandro Casona,
Oviedo, 1963.
Esperanza Gurza, La realidad caleidoscópica de Alejandro
Casona, Oviedo, 1968.
Federico Carlos Sáinz de Robles, Prólogo a Obras completas,
de Alejandro Casona, Madrid, 1954.
Mauro Armiño, Flor de leyendas y La flauta del sapo,
Biblioteca EDAF, Madrid, 1989.
Google, en todas sus entradas sobre Alejandro Casona.
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