Dejad que los niños se acerquen a mí, dijo Jesús, y el Papa Francisco, su sustituto natural y arcangélico, dejó que un morenito de ocho o diez años, se sentara en su silla o cátedra infalible, para enseñar al mundo que por la inocencia incontaminada de los pequeños ante los grandes se expresa la sabiduría celestial. Amén. Así sea.
Rasgos como éste humanizan y divinizan a la iglesia salvadora de todos los pecadores, inclusos los Papas. Ya era hora.
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